Llevo muchos años reflexionando sobre el tema del retrato en fotografía, desde la relación entre la construcción del escenario, la ropa, los objetos, las poses, hasta la relación entre el fotógrafo y la modelo. El libro “Cámara lúcida” de Roland Barthes fue un punto de partida para mi reflexión, precisamente porque en su momento la declaración del autor de que “la foto es la muerte del sujeto” generó revuelo. ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀
Desde ese momento dejé de hacerme fotos porque cuando miro la foto ya no me reconozco en ella, algo ha cambiado, soy otra persona. Lo que más me llama la atención en las fotografías de Henrique es precisamente este reflejo. El lenguaje fotográfico ha pasado por muchas crisis, críticas y reconstrucciones, pero el retrato sigue firme y fuerte en el intento de representar al sujeto, aunque hoy entendemos que es siempre un intento fallido y efímero.
Uno de los títulos de sus fotos destaca este punto “Todos me conocen pero nadie sabe quién soy”, 2019. Así como las grandes narrativas de la humanidad se fragmentan y las teorías universales se debilitan, el poder del retrato como símbolo de la disminución real.
Otro aspecto especial de las fotos de Henrique es visceral. La emoción es una de las mejores formas de crear vínculos rápidamente entre las personas, y cuanto más fuerte es la emoción, más intensa es la conexión. Esta combinación de antirretrato con visceral interesante ya que supera los parámetros clásicos del retrato, siguiendo las actuales herramientas estéticas de percepción de la realidad como el agotamiento del “verdadero yo” del retrato.
